domingo, 18 de octubre de 2009

Heroínas de la Resistencia Popular II


JULIO 1807: LA DEFENSA

Desmintiendo la creencia popular,
los impactos en la torre de Santo Domingo
no fueron efectuados por los invasores ingleses,
sino por los hombres porteños que no dudaron,
a pesar de su fe, en destruirla
si fuera necesario para desalojar a los intrusos.
Mientras tanto la mujer,
en la misma batalla
apelaba a los recursos más astutos.



En julio de 1807 los ingleses reincidieron en sus afanes de conquista. Martín de Alzaga, apoderándose del Cabildo tomó la decisión de resistir. Se hicieron pozos artificiales en las principales esquinas; los vecinos se apostaron en las azoteas con granadas de mano y con piedras. El domingo 5 de julio se libró la batalla decisiva.

Una de las misiones fundamentales que traían los británicos era apoderarse de la iglesia Nuestra Señora de Belén (actual San Pedro Telmo), y del hospital de los Bethlemitas (hoy Museo Balvé), a los que consideraban de gran valor estratégico. El oficial a cargo lo consiguió, para quedar luego recluido en la iglesia de Santo Domingo, donde se iba a dar el episodio más dramático de la segunda invasión.

En la esquina de Belgrano y Perú, en la Casa de la Virreina, luego de tres horas de lucha se produjo el mayor descalabro para los ingleses en sus “Brigadas ligeras británicas”. Sobre este suceso, contaba Martín Rodriguez que por los caños de desagüe del techo corría la sangre a la calle. Los resistentes apenas vencían una columna inglesa, corrían atacar otra. Muestra de la decisión de este pueblo fue que no dudó en bombardear la iglesia de Santo Domingo, a pesar del profundo fervor religioso de la época, para desalojar a esos invasores que luego lo describiría como “gentuza de tez oscura, baja y mal hecha”.



MARTINA CÉSPEDES

En Humberto Primo al 300, al oeste de la actual escuela Rawson, vivía la porteña Martina Céspedes de 45 años, quien junto a sus tres hijas atendía una casa de comidas.

Según el doctor Maroni, estas jóvenes eran de físico muy agraciado y, gozaban de “demasiada popularidad”.

Los invasores avanzaban desde el sur saqueando pulperías y embriagándose más y más; doce de ellos llegaron a la puerta de esta aguerrida mujer, que aprovechando el estado de escasa conciencia de esos soldados permitió entregarles lo que pedían si accedían a pasar de a uno.

A medida que ingresaban, las cuatro mujeres los desarmaban y ataban, dejándolos en distintas habitaciones. Al día siguiente, ya firmada la capitulación, Martina se presentó ante el Liniers, contándole lo sucedido; éste la premió otorgándole el grado de sargento mayor, derecho a uso de uniforme y goce de sueldo. De los doce prisioneros la Céspedes entregó solo a once; el duodécimo quedó como botín de su hija Pepa Céspedes. Esta y el inglés se habían enamorado y terminaron casándose.

Posteriormente no hubo fiesta religiosa y civil en la que esta heroína no apareciera luciendo su uniforme. En 1825 se la vio todavía junto a Las Heras y otros héroes de la independencia, en la procesión de Corpus Cristi.



HEROÍNAS SIN NOMBRE

Paul Groussac narra una anécdota que pinta el estado de ánimo del pueblo ante la invasión. El mayor Gillespie, que había entrado triunfante a la ciudad en el primer intento inglés y que venía del Cabo de Buena Esperanza con setenta días de mar a cuestas, fue a cenar a la fonda Los Tres reyes, en la calle Santo Cristo (actual 25 de Mayo). Se sentó a la mesa junto a oficiales españoles y un criollo de apellido Barreda que le servía de intérprete.

Gillespie observaba atentamente a la mesonera que los atendía con seño airado. Así permaneció ella hasta estallar en el siguiente discurso: “Caballeros, debieron ustedes avisarnos de antemano que era su intención cobarde entregar a Buenos Aires; pues juro por mi vida que al saberlo, nosotras las mujeres hubiéramos salido a la calle y echado a pedradas a los ingleses”.



NI CRIOLLOS, NI EUROPEOS

Hubo otros protagonistas, que en rigor de justicia no merecen permanecer anónimos. A unos no se les permitió participar en la Defensa; otros pudieron hacerlos y fueron héroes.

A fines de 1806, en Buenos Aires se preveía la segunda llegada de los intrusos británicos. En ese momento, cuando se organizaba lo que resultó ser la heroica defensa de 1807; se presentó al Cabildo una delegación de 10 caciques “pampas”, entre los que se contaban Epugner y Turuñanqui, ofreciendo su colaboración que consistía en 20.000 hombres de guerra cada cual con cinco caballos, para resistir a los “colorados” que venían a importunar a los blancos.

También el hombre negro estuvo presente en las luchas que rechazaron a las tropas invasoras; entre los 686 esclavos que participaron, al final de la lucha se manumitió a 70 de ellos por haber desempeñado un heroico comportamiento.


© Peña de Historia del Sur. Ana di Cesare, Gerónimo Rombolá, Beatriz Clavenna
*Este artículo se encuentra protegido por las leyes de derecho de autor, se prohíbe su reproducción total o parcial sin la autorización escrita de sus autores.
Publicado en Julio de 1994

Versión para Internet

*La bibliografía y documentación que lo sustenta, puede solicitarse al correo del blog.

Heroínas de la resistencia Popular I

JUNIO de 1806: LA RECONQUISTA



A la dulce tentación del libre comercio, la aristocracia respondió
con vasallaje y zapallos en almíbar,
mientras el pueblo organizaba la resistencia desde la trastienda
de una librería.
Conocidas o anónimas, las mujeres desempeñaron
en ella un papel destacado.




Derrotada en Trafalgar, después de 1805, la situación política española era sumamente complicada, mientras que Inglaterra se pertrechaba militarmente. La corona española comenzó a tener certeza de un desembarco inglés en el Río de la Plata, justamente cuando los británicos, en su afán de anexar el Cabo de Buena Esperanza – punto estratégico para el control marítimo con el este- realizó a fines del mencionado año una maniobra de encubrimiento por la cual tocó Brasil antes de dirigirse a El Cabo.

En ese momento el virrey Sobremonte instaló las fuerzas militares en Montevideo; al enterarse de la ocupación inglesa del Cabo de Buena Esperanza, consideró alejado todo peligro para estas costas del río.

Sin embargo la oficialidad británica emprendió rumbo hacia Buenos Aires y la atacó por sorpresa el 25 de junio de 1806. Desembarcaron en Quilmes. El virrey que esa noche estaba en el teatro, recibió la noticia y su primera reacción fue reunir el tesoro huyendo con él a Córdoba.

Beresford quebró fácilmente las tres líneas de resistencia; una sobre las barrancas de Quilmes, otra en los Altos de la Convalecencia (terreno entre los actuales hospitales Rawson y Moyano) y, la tercera en la intersección de las hoy denominadas calles Bolivar y Caseros.

La población porteña, mientras, permanecía en sus casas, escuchaba el chapoteo de los 1500 hombres de Beresford, que con seis cañones y dos obuses tomaron el fuerte. Apenas ingresados a él, el jefe de los astilleros británicos inventarió las armas que las autoridades españolas del virreinato no habían querido entregar ni al pueblo criollo, ni al español. Esto hizo que en un primer momento no se pudieran organizar las milicias de resistencia.

Con la larga astucia de los hijos de Albión, en su primer bando Beresford hizo saber de su respeto por la religión católica, de la protección sobre la propiedad privada; que todo lo demandado seria pagado y, hasta tanto se conociese la voluntad de la majestad británica, se gobernaría por las leyes municipales existentes, gozando además del libre comercio. A esta altura, el Cabildo y todas las autoridades civiles y eclesiásticas se habían rendido, prestando juramento de fidelidad a la corona inglesa, con la promesa de la quiebra del monopolio, la aristocracia porteña cayó bajo sus pies. Así fue que conocido el apetito goloso del conquistador, comenzaron a llegar a su casa, fuentes de dulce de leche y zapatos en almíbar, eran fuentes de plata que el jefe invasor tomaba como obsequio y encajonándolas como había hecho con el tesoro que en Lujan le había arrebatado a Sobremonte, las enviaba a Inglaterra.

Estas familias se disputaban a los rubios intrusos en sus tertulias. Así ellos descubrieron que esta “bárbara sociedad” no tomaba té, dormía mucho y, que sus mujeres sufrían demasiadas jaquecas. Por su influencia se quebró la severa cortesía española; la sociedad criolla aprendió a brindar con la copa en alto, a cambiar el cubierto con cada plato, a estrechar la mano en señal de saludo y presenció algún partido de cricket, lo que anticipó el influjo inglés en nuestro deporte, como quedó demostrado con el fútbol. También introdujeron la rabia conjuntamente con sus perros.

No toda la población tuvo idéntico comportamiento.

La resistencia comenzó a organizarse en la trastienda de una librería. Desde allí se distribuyeron órdenes y dinero; clandestinamente se reunieron cientos de vecinos criollos y europeos, pero no tenían ni un plan, ni un jefe.

Hasta que apareció Santiago de Liniers el 12 de agosto, el francés que había organizado la resistencia desde Montevideo, le hizo llegar a Beresford la intimación. La lucha organizada y finalizó con el general inglés arrojando su espada desde el Fuerte en señal de rendición.


Manuel Pedraza, “la tucumanesa”

Entre tantos anónimos residentes, los días 10-11 y 12 de agosto, Manuela “La tucumanesa”, luchó codo a codo con su marido “con el que formaba una pareja de leones”. Según el documento que más tarde le otorgara el grado de subteniente de infantería “era una mujer varonil con alegría de presagio de victoria”, que acaudilló grupos de guerrilleros de todas las edades, los cuales arrastraron cañones hasta la Plaza Mayor.

En el fragor de la lucha su marido murió atravesado por una bala; ella levantando su fusil mató al inglés que le había disparado.

De esta heroína apenas se sabe que años después continuaba viviendo en Buenos Aires, aparece en un juicio por desalojo de una pieza que alquilaba y, que terminó sus días trastornada y en la miseria.




© Peña de Historia del Sur. Ana di Cesare, Gerónimo Rombolá, Beatriz Clavenna

*Este artículo se encuentra protegido por las leyes de derecho de autor, se prohíbe su reproducción total o parcial sin la autorización escrita de sus autores. Publicado en Junio de 1994.

Versión para Internet

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Personajes tenebrosos del ayer


En 1912 Buenos Aires conoció una clase de extraños
inmigrantes que recaló en el centro de la ciudad.
Se trataba de los “apaches”, quienes en nada se parecían
a los trabajadores europeos que llegaban hasta aquí
para intentar un futuro promisorio.
Peligrosos y feroces delincuentes, asolaron a
la población con sus robos y la horrorizaron
con los crímenes cometidos en sus propias riñas.



Los porteños en 1912 soportaron preocupados a una casta de mal vivientes que se habían instalado en los cafés de Suipacha, entre Corrientes y Lavalle, y por ésta hasta Cerrito. Ese era el reducto de los apaches, elementos que habían inmigrado de la siempre bien amada París.

En esos antros, utilizando un argot cargado de símbolos discutían sus asuntos: se trataba del caló parisino, que era una cédula de identidad. No sólo su lenguaje sino también su aspecto los delataba; usaban bigotes de guerra y dado que transitaban el destierro, a ello sumaban su flacura, tristeza y aire turbio. En los cafés mencionados, discutían, se peleaban y amaban.

Su nombre lo habían tomado de lo indios pieles rojas que habitaban los valles del río Colorado en Nuevo México. La palabra significa: malos perros, y eran, estos sujetos parisinos, verdaderamente malos perros… Unos sujetos de extrema dureza.

Aquí en Buenos Aires los embargaba la nostalgia de su París perdido tampoco los ayudaba el sentirse ni tan heroicos ni tan pillos como los veían en sus bulevares de origen. Tenían recelo porque los porteños, no los consideraban personajes heroicos, dándose cuenta que en este lugar no despertaban tanta admiración por su sangre fría; además no había guillotinas que los trastocaran en mitos de valor y para peor… hasta el idioma era otro aspecto que dificultaba su accionar.

Los apaches en Francia eran una clase de malhechores que merodeaban los barrios bajos. Cada uno de ellos poseía una “gigolette”, mujer que era su cómplice y encubridora, a la que maltrataban y prostituían; de manera que su medio de vida, eran su mujer y el asesinato para robar. El apache vivía al día; le bastaba tener el pernot y no necesitaba más. Para asesinar utilizaba con frialdad el arma blanca, y curiosamente, luego de consumado, su hábito no era el de la huída, sino que se acercaba al lugar del crimen y observaba con indiferencia la labor de la policía.

Existía entre ellos cierta fraternidad que les otorgaba ayuda y protección mutua. Cuando el cerco se estrechaba y resultaba imposible seguir en París, emigraban de allí, llorando, hacia otros destinos que generalmente eran Marruecos, Tanger y Argelia. Pro en 1912 América se había convertido en uno de los lugares preferidos de exilio.

Algunos de estos personajes accedieron a hablar con el periodismo de esta ciudad en aquella época, y por ello llegó hasta nosotros el estilo de sus costumbres laborales desplegadas en estas latitudes. Generalmente trabajaban de maquereaux, explotando a varias mujeres que se mantenían sometidas por el terror. El enemigo del maquereux era el beguin (garronero) a quien la gigolette amaba en secreto y cuando la situación era descubierta, terminaba en un baño de sangre. En este submundo abundan los celos, un primitivo instinto de propiedad los hacía luchar cuerpo a cuerpo por sus mujeres, y cuando uno de los dos perecía, la gigolette lloraba al muerto, pero seguía al vencedor.

El miche (paganini) era el cliente, víctima del entolage (robo), que practicaba la gilotette de acuerdo con el maqueroeaux o el beguin. Cada robo según la modalidad o variante tenía una denominación. Por ejemplo: shifrou, cuando el despojo se consumaba mientras el cliente conversaba con la mujer. El miché había colgado su saco en la percha de una vitrina; a través de una ventanilla disimulada el maquereau introducía su brazo y le sustraía parte del contenido de su cartera, que devolvía con un resto del dinero. El incauto, luego se daba cuenta de que le faltaba dinero, pero no desconfiaba de la mujer que había estado permanentemente a solas con él. Terminando por creer que lo había perdido en la calle.

Un robo original era el batteurs de dig dog, la gigolette fingía un desmayo frente a una joyería; el apache, correctamente vestido, acertaba a pasar -por casualidad- y se ofrecía a socorrer de inmediato a la señora en apuros, en el mismo instante en que aparecía, solícito, el joyero. Introducían a la mujer en el negocio y, cuando esta demostraba sentirse repuesta le pedía al joyero que le trajera agua para beber, mientras el apache embolsaba una joya valiosa.

Otro tipo de hurto era el conocido como bonjour que ocurría siempre de mañana. La gigolette arrastraba a un desprevenido hasta un café, lo invitaba a fumar un cigarrillo narcotizado, cuando el cliente se dormía, ella daba el golpe.


En los primeros años del siglo XX, otros sujetos,
No tan peligrosos como los apaches, desarrollaban,
vestidos con ropas femeninas,
delitos contra la propiedad y nunca contra la vida.
Casos famosos fueron: La princesa de Borbón,
La Bella Otero, La rubia Petronila y La Choricera



También en los primeros años del siglo, existió en la ciudad, un grupo de delincuente que si bien no eran tan peligrosos como los apaches, eran realmente estafadores y ladrones curiosos; se trataba de una cofradía de hombres que se vestían de mujeres para lograr sus fines. Un cronista de aquellos años, comentaba: transitan por calles oscuras, ven llegar a un incauto, se le acercan y le dicen que se han extraviado del hogar.

- Estoy perdida , Señor, usted que parece un caballero tan amable y distinguido ¿Por qué no me acompaña? Tengo miedo y soy viuda.-
En lo más profundo de cada caballero se oculta un sinvergüenza.
- Con gusto la acompañaré , Señora- Contesta el distinguido caballero y se dispone a hacerlo.
Suben un coche y mientras la falsa dama dulcemente solloza y suspira, le roba a su tenorio la cartera.

Algunos de estos personajes fueron realmente famosos y memorables, destacándose que sus delitos siempre eran contra la propiedad y nunca violentos.

Rescatamos a algunos de ellos que por sus correrías hicieron historia en la vida cotidiana de la ciudad del puerto.

Luis Fernández, conocido como La Princesa de Borbón, de origen gallego, llegó a Buenos Aires en 1899; aprovechando los días de carnaval para vestirse como mujer. Tenía tan hermosa presencia que en Santiago de Chile, un joven ignorando la verdad, se suicidó “por ella”. En Rivera, Uruguay, el comisario se paseó con ella del brazo y la llevó al Club Social.
Trabajó como bailarina en el Moulin Rouge de Río de Janeiro; llegó a presentarse en el Congreso Nacional para solicitar una pensión como viuda de un guerrero del Paraguay. Accedió a una gran fortuna.

Culpiano Álvarez, alias La bella Otero, disputaba el prestigio a La Princesa de Borbón. Vivía en la calle Jujuy 890, donde tenía instalada una cámara roja de adivina.
Existió un hombre al que llamaban La Rubia Petronila, iba a los velorios vestida de luto, diciendo haber sido sirvienta del difunto. Se abrazaba con los deudos y robar lo que podía.

Otro, fue Ángel Ceddani, alias La Choricera, quien tenía sala de baile en Puente Alsina.

Eran tantos que la policía calculaba que en aquel tiempo este tipo de timadores sumaban unos 3000 sujetos.

El Doctor Francisco de Veyga, distinguido psiquiatra contemporáneo de estos personajes, trató de estudiar y comprender los mecanismos psíquicos que había llevado a esta gente por este camino. En aquél entonces se sospechaba y sostenía, que más que tipos de cárcel eran cerebros de manicomio u hospital. La mayoría de ellos murieron locos o tuberculosos.

Formaban sociedades, organizaban bailes, adoptaban modales y voces de mujer, se daban nombres melodiosos y románticos. Admiraban la música y las flores; tocaban el piano y realizaban tareas de costura.

En 1993 nos preguntamos su eran simples estafadores que habían hallado en las ropas femeninas un arma que les facilitaba su actividad delictiva, o si eran sujetos con conflictos en la identidad sexual.

© Peña de Historia del Sur. Ana di Cesare, Gerónimo Rombolá, Beatriz Clavenna

Versión para Internet


*Este artículo se encuentra protegido por las leyes de derecho de autor, se prohíbe su reproducción total o parcial sin la autorización escrita de sus autores.


Publicado en febrero de 1993



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Boedo y su amor por el teatro

En el barrio de Boedo se dio una situación inigualada en lo que respecta a la magnitud de artistas que produjo, a la difusión que gozaron y, al interés que en ella ponían los boedenses. Así ocurrió con las letras, la escultura y especialmente con el teatro.


Fue paradójico que un barrio obrero del confín ofreciese esta situación. Sin embargo en el seno mismo de esta aparente contradicción está la clave.


El teatro, en ese suburbio porteño, fue engranaje fundamental de su dinámica; enclave anarquista por excelencia, luego socialista, contó con una masa proletaria que fiel a su ideario, sostuvo la difusión de la cultura como medio de superación. Fue así un arte de libertarios comprometido con sus propósitos el que inicia la gran bola de nieve, por la cual las salas de ese rincón del sur estuvieron cabeza a cabeza con las que ofrecían representaciones en el centro capitalino: en cuanto a la calidad de los elencos y al número de puestas en escena.

Sabemos que entre 1910 y 1940, Boedo tuvo un momento de esplendor concentrándose la producción en dos autores: José González Castillo y Florencio Sánchez (1), los cuales daban a luz un teatro que hoy llamaríamos testimonial. González Castillo tuvo la primera compañía porteña en cooperativa y su gloria acrecentó tanto la importancia del barrio que en 1921, cuando un incidente fractura la " sociedad de actores ", la compañía que actuaba en el teatro " Opera " pasa al " Teatro Boedo".

Justamente este teatro se conoció como la " catedral del género chico " (2)


Su origen fue muy curioso; un catalán llamado Jaime Cullen, luego de muchos años de trabajo, reunió el dinero suficiente para levantar una casa de rentas. Pero observando que los boedenses carecían de una sala teatral de importancia, en 1905, mientras los vecinos lo tildaban de loco, demolió el edificio para construir lo que luego sería el glorioso Teatro Boedo ( Av. Boedo 949/ 959). Y en ese teatro alejado de la seguridad del centro, se reunirían cada noche, después de las funciones: Alberto Vaccarezza, Carlos M. Pacheco, Eugenio Gerardo López, Pedro E. Pico, Julio Sánchez Gardel, José Antonio Saldías.

El 21 de julio de 1918, la Compañía de Luis Arata – Brieva , estrenó allí " El tío soltero " de R. Hicken. Siendo así el primer elenco orgánico que dio brillo al género chico. Luego se irían dando cita las compañías de Pedro Zanetta con Samuel Sanda, Felipe Panigazzi, Humberto Zuro, Gregorio Cicarelli, Antonio Daglio, Pedro Pompilio. En cuanto a los actores que allí trabajaron, entre otros María Ester Gamas, Marcelo Ruggero, Félix Mutarelli, Malvina Pastorino, Daniel de Alvarado, Anita Lasalle, Mario Danesi, Juan Bono, Pepe Arias, Juan Daglio, Camila Quiroga, Cesar Ratti, Eva Franco, Mario Fortuna, Osvaldo Miranda, Antonio Cunill Cabanilla, Cármen Vallejo, María Luisa Robledo, Roberto Firpo, Pedro Aleandro, Hector Vozzo, Susy Derqui y Leonor Rinaldi , entre otros .

Obviamente éste no fue el primer teatro del barrio. En Av. Boedo entre Estados Unidos y San Ignacio, en 1901, vio la luz una sala de espectáculos que inició sus actividades con el debut de la compañía española de "Garrido".

En el " Teatro América ", sala plana, sin palcos (Avenida Boedo 819), incursionaron grandes compañías nacionales y extranjeras: la española de Zarzuelas de Garrido, la de Cortés, Carlitos Romeu, Las hermanas Falcón, Felipe Panigazzi, Laurita Hernández con Benito Ronco. Contaba Silvestre Otazú, que en ese teatro, estos últimos actores representaron una revista " Lo más serio es reír ", que simbolizaba la disputa entre " Boedo y Florida ". Lo que marca el nivel del público boedense; barrio donde se había hecho carne a nivel popular una disputa de índole filosófica-literaria . En esa puesta en escena, "Boedo" aparecía representado por un malevo que para encender un cigarrillo, torcía un farol de la calle y "Florida" como un muchacho muy atildado. Ambos suspiraban por el amor de la misma milonguita. La obra terminaba con un disloque general, cuando los actores gritaban "inundación", " Inundación ", en referencia a un problema que aquejaba dramáticamente a esas zonas sureñas de Buenos Aires y que Manzi dejara reflejado también, en su tango " Sur ".

En el solar donde hasta mediados de la década de 1990 estuvo el edificio del cine-teatro "Nilo " (Av. Boedo 1062) (3), había un local de verano, en el cual actuaron elencos nacionales, españoles e italianos, conocido como el "Politeama Doria" . Uno podría pensar que ese terreno estaba destinado al espectáculo, ya que con anterioridad había funcionado allí un circo homónimo, donde se efectuaba lucha grecorromana , que estaba muy de moda . Allí actuó el famoso Luis Gualtieri, que fuera campeón argentino y, que viviera en Agrelo y Maza. Alternaban las luchas con las representaciones de la "Compañía de comedias y sainetes Podestá-Scuri-Mariño".

Era época de circos. La gente ansiaba entretenerse, Buenos Aires, se llenaba de pistas de patinaje, de calesitas, de juegos mecánicos, de escenarios en los que hacían piruetas acróbatas, en los que se veía a un oso bailar, o donde hombres corpulentos entraban en combate. En cualquier lugar espacioso se instalaba uno. Estos circos, fueron la puerta por la cual ingresaron a escena, los pioneros que construirían el gran teatro nacional.

Sabemos por la documentación de primera mano que hemos consultado, que en 1886, Américo Durán, consiguió el permiso de la Intendencia para el establecimiento de un circo que ya venía funcionando en " La Rioja 843 "; conocido como "Arenas", donde actuaba una Compañía acrobática y gimnástica.

En Venezuela y Maza existió hasta fines del 1800, un teatrito de títeres, que luego se convirtiera en el "Teatro-circo de Juan Bautista Chiappe" , cuya dirección llevaba Rafael Angel Comunale. Muchas piezas musicales se estrenaron allí entre ellas, la conocida "Loca de amor", que fue en su época, popularísima .

En Boedo entre Independencia y Estados Unidos, supo estar el "Circo Anselmi". En Av. Boedo y Cochabamba el circo de los "Hermanos Gómez ". Y por 1920 El "Circo internacional " en Marmol entre Estados Unidos y Carlos Calvo.

Corría el año 1917, cuando a este barrio lo transitaban una suma de jóvenes con distintas inquietudes, que se reunían en los cafés, verdaderos ateneos, a escuchar a los maestros, a nutrirse de ellos, a exponer inquietudes, a competir por quien había leído más. Los artistas se mezclaban con obreros de avansada; y como decía el dramaturgo "José Scarano," esas discusiones muchas veces continuaban en el "cuadro tercero del Departamento de Policía ". Boedo era un volcán en permanente erupción, que despedía de sus entrañas hombres nuevos: pensadores, artistas, individuos de acción; en calidad y cantidad inusitadas. Era un polo que atraía a multitudes desde distintos puntos de la ciudad; librepensadores, jóvenes que buscaban una verdad, y la encontraban en los cafés que despedían por sus ventanales la claridad de la dialéctica, y la fe en el género humano, sobre las cuadras grises de Boedo. Fue aquella una época irrepetible... Los había músicos, poetas, pintores, escultores y actores. Entre estos últimos se destacaba uno: alto, bien plantado, cuyo rostro transmitía su fuego interior .

Comenzó actuando en ese Politeama Doria, que era un galpón de techo de chapa y pisos de tierra, pero que apuntaba bien alto en la calidad de lo que allí se representaba y que dirigía nada menos que José González Castillo .

"Pedro Zanetta", que así se llamaba ese muchacho, luego de descubrir el teatro ya nunca abandonó ni esa vocación, ni el barrio, ni una especial ética aplicada a la estética del arte en coherencia con sus ideales anarquistas .

Fue el más grande y querido de los actores de Boedo. Sus condiciones artísticas eran tales, que en apenas cinco años llegó a ser cabeza de compañía en el teatro Boedo, junto a Pedro Pompilio, Pepito Petray, Rosario Serrano, Francisco Chiarmello. Durante casi dos décadas fue la estrella que brilló en el escenario del teatro Boedo, quien solo interrumpía sus temporadas durante las fiestas de carnaval, pues en esas jornadas el teatro se dedicaba al concurso de las comparsas. Hasta que un mal día el empresario Jaime Cullen, pretendió imponerle a Zanetta que representara una obra que acababa de escribir : "Viaje de los hombres de la Luna a la Tierra". Don Pedro luego de leerla se negó, Cullen insistió argumentando que al fin y al cabo era el dueño de la sala y, palabra va palabra viene, terminó echando al actor.

Un colega tomó su lugar y puesta la obra en escena, al segundo día hubo que sacarla de cartel; dicen que en Boedo jamás se conoció abucheo semejante.

Los vecinos mientras tanto ya habían formado un comité pro-retorno de Zanetta a esa sala; pero la terquedad del empresario pudo más.

Esto marcó el principio del fin de este ilustre intérprete. Habían sido para él muchas horas trajinando las tablas del "Boedo ", como para que el cambio no produjera heridas en su ánimo.


Pasó al Teatro América, pero el trato usurario de su dueño, hizo que solo durara tres meses allí. Actuó en el "Politeama" y en el " Nacional de Comedias", y fue contratado por "Lumiton" para hacer cine, pero no se adaptó; porque este hombre apuesto, muy envidiado por sus éxitos amorosos, extrañaba su gran amor: el barrio y a él volvió rehusando mejor pasar y fama.

Se dedicó a dirigir un grupo de jóvenes de la "Octava Socialista" y fundaron el "Teatro Experimental Florencio Sánchez " en Sánchez de Loria 1194 . Zanetta seguía inquebrantable en sus convicciones, pero con la salud deteriorada.

Su elección había sido dura. El amor a la barriada le restó el reconocimiento merecido que si lograron aquellos que decidieron alejarse la "patria chica", como las "hermanas Ada y Adelma Falcón" , "Enrique García Satur", "Pedro Tocci", "Francisco Chiarmello", "Laurita Hernández" ; incluso una cupletista que hacia 1920 cantaba en Boedo como "Petit Imperio" y se haría célebre en España como "Imperio Argentina".

Él vivía en la miseria en un altillo de la calle Cochabamba y Sánchez de Loria, casi no comía... Su dignidad lo llevaba a rechazar los consejos de amigos fieles como el actor Pedro Tocci o el Dr. Lauro Tidone, quien recomendaba una larga internación en el Hospital Ramos Mejía. Zanetta no quiso cumplirla, deteriorando más su salud. En 1949 volvió a ser internado y, sintiendo que la vida lo abandonaba le dijo a Tocci que ya que no tenía casa propia para morir, lo condujera a la ciudad de La Plata, para hacerlo en la casa de su hermano. Tocci no dudó en complacer a su amigo; pero necesitaba un vehículo, contrató el auto de una empresa fúnebre, se preocupó en disimularlo de tal manera de no impresionar a Zanetta, quien viajó hasta el destino elegido, convencido de que el chofer era un amigo de Tocci.

Antes de iniciar este viaje, que sería el último, todos los muchachos del "Florencio Sánchez" fueron a despedirlo a la salida del hospital y sería en su teatro donde lo velarían días más tarde, mientras todo el comercio del barrio cerraba sus puertas, en señal de duelo. Su barriada no lo olvidaba, reconociendo que él junto a González Castillo eran los que más habían hecho por el teatro en Boedo. Prueba de ello fue que pocos meses antes de su muerte, en noviembre de 1949, se realizó una función a beneficio en el teatro Boedo, representado " El puñal de los troveros " de Belisario Roldán, donde actuaron Iris Marga y Enrique Muiño.

Finalizada la función, la actriz lo visitó en su humilde pieza.

- La esperaba – dijo Zanetta – Necesitaba ese rayo de luz que Ud. me trae.-

Ya que hablamos de Pedro Tocci, diremos que fue un boedense que ingresó al "Colegio Carlos Pellegrini". Todo anduvo bien hasta que una vez la división fue a ver una obra de uno de los profesores de la escuela; al día siguiente los alumnos homenajearon espontáneamente al autor, Tocci fue el encargado de dirigir la palabra haciendo tal panegírico del arte escénico que su profesor le indicó que dejara el estudio comercial y se dedicara al teatro. Así lo hizo iniciándose con Angelina Pagano, Luis Arata y Blanca Podestá.

Otros actores de relevancia en Boedo fueron Enrique García Satur (4) y Mario Fortuna, Francisco Chiarmello, Hugo Díaz, Guillermo Battaglia.

Desde los orígenes en el teatro de Boedo, se destacó el quehacer independiente, que tuvo como función formar actores capaces de ofrecer al público espectáculos de alta calidad a precios accesibles. A la cabeza de estos pioneros, tenemos a González Castillo.

El teatro independiente tuvo una actitud contestataria y en Boedo brilló el "Florencio Sánchez" . La historia comenzó cuando J. Oriente Cavalieri, en 1940, interesó a un grupo de amigos en conseguir otro local para la sede socialista del barrio; la elección recayó en la legendaria casa de Sánchez de Loria 1194, desde siempre relacionada con los movimientos sindicales, políticos y artísticos. Su sótano había sido alternativamente sede de la Federación Obrera del calzado; de los carpinteros, de los lavadores. Entre 1920 y 1923 sesionó el grupo de anarquistas españoles e italiano "Espartacus" , por allí pasaban los famosos Di Giovanni y Scarfó, que fueran fusilados por el gobierno de Uriburu. Para 1926 se reunían los antorchistas, llamados así por seguir las directivas del periódico "La Antorcha" de Rodolfo González Pacheco. Funcionó el grupo proletario "Arte y natura", cuyo repertorio estaba integrado únicamente por obras de autores anarquistas.

Una vez en Loria, tuvieron lugar para Biblioteca, sala de conferencias y para un teatro que pusieron en marcha: Cavalieri junto a Isaías Borestein ( Boris), Mario Rozas, Amadeo Palermo, Juan Literas, Jorge Vizcaíno, Vicente Rocco, Pascual y Luis di Cesare y obviamente Zanetta.


Recordemos que ese teatro fue cuna entre otros del escenógrafo Saulo Benavente, de los actores Carlos Muñoz y Onofre Lovero. Destacamos que Zanetta, antes de morir donó su biblioteca y toda su ropa escénica a este grupo, todo lo cual se perdió cuando la casa se incendió no hace tantos años. Luego de la dirección de Zanetta, estuvieron al frente : Arturo Frezzia, Pablo Palant, Pedro B. Franco, Onofre Lovero, Rubén Pesce.

Es imposible hablar del Tema del teatro y del alma de ese barrio, sin detenerse debidamente en el dramaturgo José González Castillo, quien fuera el gran luchador por la cultura de ese punto sur de la Capital. Había nacido en la Santa Fe en 1885 y, si bien realizó sus estudios primarios en Boedo; luego, su familia que deseaba convertirlo en sacerdote, lo ingresó en un Seminario de Salta, el que por supuesto abandonó.

Volvió desde allí pidiendo albergue en los establecimientos del camino; reuniendo alguna monedas para sobrevivir, pintando letreros exteriores en los negocios. En Rosario puesto a hacer periodismo, trabó amistad con Florencio Sánchez.

Comenzó a estudiar medicina, pero distintos apremios económicos lo hicieron abandonar esa carrera. La familia de Castillo estaba verdaderamente preocupada por el porvenir de ese hijo, entendían que las letras eran muy bonitas, pero que con ellas no se comía. Así que lo ubicaron a trabajar en "la peluquería del Negro Ricardo" , en Independencia y Boedo. En ese local, al cerrarse las puertas, se reunían los payadores de Boedo: Curlando, Castro y otros, para celebraban sus concursos.

Alberto Cortazzo, periodista y antiguo vecino de Boedo, comentaba que González Castillo llegó a tener una peluquería en sociedad con un salteño en Castro Barros entre México e Independencia, negocio al que habían puesto el nombre de "El Figaro". Mientras su socio atendía la clientela, Castillo aparecía a altas horas de la noche, acompañado de los mendigos que encontraba durmiendo en las calles, para que pernoctaran en alguna de las muchas habitaciones desocupadas que tenía la casa. Había hecho del local un sitio de reunión, congregando a discípulos de las distintas ramas del arte. El salteño, obviamente, se quejó a la familia de Castillo y éste ofendido renunció a la propiedad del negocio.

Desempeñó numerosos oficios, entre ellos el de "Oficial de Justicia". El primer deber en éste trabajo, fue el desalojo de unos inquilinos de un conventillo. Fue a cumplir con su obligación, llevando en el bolsillo los cinco pesos que le habían dado para viáticos. Se encontró con un cuadro pavoroso, una mujer enferma cuyo marido desocupado no estaba en casa. Los vecinos lo miraban con desprecio.

Entonces González Castillo propuso :

- Yo tengo estos cinco pesos, los pongo para hacer una colecta y pagar la deuda que esta mujer tiene.- Se fue y renunció a un trabajo que nada tenía que ver con lo que él era.

Entre 1910 y 1914, por razones políticas tuvo que abandonar nuestro país y vivió en Valparaíso. Trabajó como vendedor de vinos para una firma inglesa y se vio obligado a aprender el inglés, que luego le resultó sumamente útil. Mientras tanto trabajó como periodista de un importante diario de un senador, quien presentó e hizo aprobar varias leyes que fueron concebidas y aconsejadas por nuestro compatriota. Además, en medio de su pobreza, se desempeñó como barman, en las afueras de Santiago, oficio del que sabía absolutamente nada. Hacía las mezclas sin ton si son, pero gustaban y pedían las repitiera, cosa que no podía realizar.

De regreso a Buenos Aires, se instaló en San Juan y Quintino Bocayuva. Trabajando como periodista de "Crítica" y como traductor de películas en la "Casa Max Glucksmann". Para ese entonces ya tenía sus tres hijos: Cátulo, nacido en 1901, Hugo y Gema. Con respecto al mayor, existe una anécdota muy graciosa con respecto al nombre; al nacer, Castillo quiso llamarlo "Descanso dominical", de acuerdo a una ley por sancionarse. A lo cual se opuso terminantemente el empleado de Registro Civil; se armó una gran tremolina y un amigo pacificador, propuso el nombre de Ovidio Catulo ( obsérvese que va sin acento ).

La producción de González Castillo es inmensa. Escribió dramas, tragicomedias, zarzuelas, cuentos para niños, monólogos, traducciones, letras de tango, artículos periodísticos. Firmaba a veces como Martín Gla. Llegó a ser junto a Florencio Sánchez un autor de primer nivel y muy popular. La diferencia entre ambos estriba que en mientras en Sánchez hay una mayor fuerza política y una profunda desesperanza, en Castillo hay más fe en el ser humano y se valoriza el amor como luz en el futuro.

Las obras de este autor fueron de auténtica vanguardia. Tenía un corte realista. Hacía una descripción objetiva de la sociedad y poseía un estilo sencillo, de pinceladas recias, con el que llegaba al alma del pueblo. Durante sus treinta años de intensa labor, renegó del arte por el arte mismo, fue consecuente con su creación y valeroso para defenderla. Citaremos entre ellas:"Los invertidos". Se estrenó en 1914. Por su temática sobre la homosexualidad, llegó a ser prohibida por la Municipalidad para evitar escándalos. Es interesante comentar que en 1926 la repone la Compañía de Enrique Orellano en el "Smart" y en 1956 la Compañía de Homero Cárpena. Fue una y otra vez silenciada, hasta que hace relativamente poco tiempo, se la puso en escena en el Teatro San Martín, donde fue un éxito.

"La mala reputación" . También creó problemas, porque debatía la cuestión del divorcio.

"El pobre hombre". Donde tomó la problemática de las alteraciones psíquicas.

"Los dientes del perro". Donde si bien el tema no es innovador, cuando se iba a representar por primera vez en 1918, Elías Allipi, le sugirió a Castillo que dado que el primer cuadro transcurría en un cabaret, se podría colocar la orquesta en escena y no en el foso, a lo cual el autor accedió.

Habló con Roberto Firpo, y el 18 de marzo al estrenarse la obra en el teatro "Buenos Aires", se cantó por primera vez el tango "Mi noche triste" de Pascual Contursi .

Entre los guiones cinematográficos que escribió, figura en 1908 el de "Juan Moreira", "Nobleza gaucha" y otros.

De las letras de sus tangos baste mencionar "Sobre el pucho", "Grisetta" , "Silvando", "El aguacero", "Organito de la tarde" ( que escribiera junto a su hijo Cátulo ). En cuanto a "Sobre el pucho", vale la pena recordar que en 1922, una fábrica de cigarrillos organiza un concurso de tango. Sebastián Piana, que era un muchachito, escribió una pieza instrumental y se la llevó a Castillo para pedirle su opinión. En ese entonces González Castillo que tenía 37 años y al que llamaban "el abuelo", lo aprueba y sugiere el título, ya que el concurso lo organizaba una fábrica de cigarrillos. Piana ganó el segundo premio, y poco después lo grabaría Carlos Gardel.

Cátulo contaba que su padre tenía aptitudes para todo: dibujo, carpintería, artes gráficas, propaganda. Recordemos que entre sus actividades se cuenta como miembro activo en la fundación de la "Universidad Popular de Boedo"; como así mismo la creación de la "Sociedad de Artistas Plásticos". A propósito de ello comentaba el escultor Vicente Roselli, que los plásticos que querían concretarla, estuvieron 10 años discutiendo como hacerlo. González Castillo en unas horas les hizo los estatutos, dejándola formada. Era un excelente padre que jamás estaba quieto y tenía un carácter alegre. Al morir su esposa se tornó triste. La Avenida Boedo se convirtió en su refugio y no hubo café o bodegón que no conociera su presencia. Pasó sus últimos años entre su casa, los cafés y la Peña Pacha Camac. Murió en su casa en 1937, a los 52 años de edad, mientras tomaba mate.

Cuando se descompuso, se mandó a buscar urgentemente al Dr. Julio Cruciani, que era su amigo, al Hospital Ramos Mejía, donde estaba trabajando. Cruciani salió sin sacarse siquiera el guardapolvo, pero cuando llegó era demasiado tarde. Entre Castillo y Cruciani, había existido una gran amistad. El médico solía ir a buscarlo a su casa de Boedo 1058/60 ( dónde se conserva una placa que identifica el lugar ) y comenzaban a caminar por Boedo hacia el norte. Ambos eran personajes sumamente populares, de modo que a medida que avanzaban se les iba uniendo gente y cuando llegaban a la puerta de la Peña Pacha Camac, formaban una pequeña manifestación.

Con respecto a esta Peña, digamos que se fundó en la terraza del café Biarritz, en 1932. Agrupaba a los artistas del barrio. Su finalidad era difundir las artes. Se levantó con el apoyo económico de vecinos y comerciantes. Allí se hizo teatro, se ofrecieron conciertos, se realizaron exposiciones, todo en forma gratuita.

Funcionó en las terrazas del Biarritz ( Av. Boedo ), hasta que la Municipalidad los conminó a desalojar en 24 horas, para construir el Banco Municipal . Continuó funcionando un tiempo en Carlos Calvo 3621, luego en Loria 1536, que fue su último domicilio, cuando desapareció en 1949.

Fueron conferencistas de la Peña Pacha Camac, entre otros: Roberto Artl, Leónidas Barletta, Roberto Castagnino, Alicia Moreau de Justo, Nicolás Olivari, Alfredo Palacios, José Antonio Saldías, Antonio Sassone, Juan José de Soiza Reilly, Roberto Talice, Alberto Vaccarezza, Iris Marga, Enrique Muiño, Fortunato Lacámera, Domingo Maza, Quinquela Martín, Sepucio Tidone, Miguel Carlos Victorica, Saulo Benavente.

Artl escribió sobre ella, que si a la Peña del Tortoni, iba la burguesía, a la de Boedo, iban los pobres, los inteligentes de ese barrio suburbano. No en vano se vendían más libros allí que en toda la calle Corrientes.

Hoy podemos decir que aunque gran parte de su obra haya pasado de moda, escribió un inmenso capítulo de la historia de la literatura teatral argentina.

En 1933 González Castillo ya se había internado en los problemas de "La ilusión de la realidad", adelantándose a los movimientos de vanguardia que hacia 1950 revolucionarían la escena europea.

El publico boedense había recibido una impronta, que comenzó a diluirse cuando en todo Buenos Aires, la televisión se hizo masiva y cambió las costumbres, produciendo una introversión en las relaciones sociales. Pero si el teatro es dar testimonio, Boedo cumplió la premisa.



NOTAS

(1) Florencio Sánchez no era vecino del barrio de Boedo, pero iba casi todas las tardes, desde la pieza donde vivía en Av.Jujuy al 900, para encontrarse con la que luego sería su esposa: Catalina Raventos de Sánchez. La familia de la muchacha, que se domiciliaba a solo dos cuadras del dramaturgo, se oponía a la relación, por lo cual ella fingía visitar a unas amigas que vivían en México y Yapeyú, lugar de la cita de los enamorados.

(2) Piezas teatrales de no más de una hora de duración, lo que permitía organizar varias funciones, hasta 6 por día. Comprendía el sainete, la revista y el vaudeville.

(3) El Cine- teatro Nilo, fue el más elegante de Boedo . Cuando dejó de desempeñarse como teatro, funcionó allí una sala de baile y el Hogar Croata. Desde 1995, no existe más, se lo convirtió en un supermercado de artículos electrodomésticos. Las leyes tienen así dos deudas con el barrio de Boedo, ya que donde se demuele un teatro, hay que levantar otro. No pasó con El Nilo, ni con el Boedo, que en la actualidad es un garage.

(4) Enrique García Satur, se había criado en un inquilinato de la cortada Guandacol ,( hoy Pedro Bidegaín ), y 33 Orientales. Su verdadero nombre era Saturnino García. Hoy, todavía , amigos de su infancia, sobrevivientes a los cambios que sufriera Boedo, lo recuerdan en su trabajo como cartero, manteniendo a su familia de origen.

© Peña de Historia del Sur. Ana di Cesare, Gerónimo Rombolá, Beatriz Clavenna

*Este artículo se encuentra protegido por las leyes de derecho de autor, se prohíbe su reproducción total o parcial sin la autorización escrita de sus autores.

Publicado en Enero de 1995


Versión para Internet


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La Gruta de Plaza Constitución

Un gasto sin provecho para el municipio
¿Qué quería representar esa obra “a la europea” en medio de la nada?
Mientras crecía el conventillo de los inmigrantes
nacía el de los gatos con ruidosas fiestas nocturnas.
Cien años atrás ya existía el endémico basural porteño.
Calificativos de la prensa y el pueblo.






En 1857 se creó el ”Mercado del Sur de Arriba de la Barraca” popularmente llamado “Mercado del Alto”. Su prehistoria se remonta a 1853 cuando el gobernador Pastor Obligado dispuso concentrar la carretas que venían del interior en ese punto –hoy Plaza Constitución- y en la de Miserere.

A partir de 1856 sus terrenos, que habían sido rellenados con basura [1], recibió el nombre de “Mercado de Constitución”. Pulperías y burdeles fueron su paisaje; en 1862 la construcción del Ferrocarril del Sud comienza a despejar de carretas el mercado, a tal punto que a quince años de haber sido creado muere de muerte natural.

El primer intendente de Buenos Aires fue Torcuato de Alvear. Éste aprovechó el auge económico que se conoció luego de la capitalización porteña para modernizar la ciudad. Fue una gestión controvertida, porque si bien sus proyectos europeizantes embellecieron ciertos sectores de la urbe, ante la indiferencia municipal nacían y crecían los conventillos que se poblaban de inmigrantes, prostitutas y pobreza.

Una de sus creaciones fue la “Plaza Constitución”. En vida del mercado la dividió en dos, prolongando la calle Lima desde la puerta de la estación del Ferrocarril del Sud, al sector este lo parquizó; el oeste siguió siendo utilizado como apostadero de las pocas carretas que llegaban del sur, aún después de prolongar Av. Pavón, con lo cual la plaza quedó dividida en cuatro áreas. El ingeniero francés Eugenio Courtois lo secundó en este como en tantos errores que don Torcuato cometió; no nos referimos en si al diseño de la plaza, sino a la ornamentación con que luego la dotó.



Un acierto fue la colocación de un rond point con un farol y bebedero que colocaron en la intersección de las prolongadas calles Pavón y Lima.
Consistía en un estanque de 2,10 metros de diámetro para caballos; cuatro más chicos para uso de los perros y dos canillas a resorte con cuatro tasas de hierro sostenidas con cadenas, para que los paseantes saciaran su sed.

El premio mayor de este ornato se lo ganó “La gruta”. El intendente tenía una obsesión por construir grutas de hierro y cemento, de tal manera que en su casa, para levantar una, rompió la línea de edificación de la calle, metiéndose en la acera.

La prensa y el pueblo reaccionaron rápidamente: los calificativos de “adefesio”, “espléndido mamarracho” y “ofensa al buen gusto”, fueron los más benévolos.
Erigida junto a un lago en la esquina de Pavón y Lima Oeste, su nombre fue “Gran Rocalla”; si bien popularmente se la bautizó “la Gruta”. Jamás se supo que quería representar esa mole de 10 metros de altura, inaugurada en 1887 en el medio de la nada.

Quizás podría ser un castillo en ruinas, que al año ya comenzaba a derrumbarse, por lo que tuvo que ser parcialmente demolida y rodeada por una verja de hierro para evitar el acceso del público. Inmediatamente, los gatos, y también los perros, la habitaron.
“La tupida población felina del barrio tuvo la agradable sorpresa de que el intendente de Buenos Aires trabajara una vez para ella y no se hizo rogar para ocupar el edificio, convertido prestamente en el más espléndido conventillo gatuno de los anales porteños”[2]
A pesar de su convivencia escandalosa, la bondad de la gente los alimentó durante años. Alrededor de esta obra “a la europea” lo que existía era un basural.

Fue necesario que el F.C. del Sud y los vecinos elevasen un petitorio para que se transformara y dejara de ser un peligro para aquellos que transitaban el lugar de noche.

En 1914, luego de veintisiete años en que este mamotreto ocupara el lugar, los pretendidos inicios de los trabajos del subterráneo Retiro-Constitución de la Compañía Anglo-Argentina, que jamás se concretaron, borraron su silueta de la plaza.

Para ese entonces, ya nadie recordaba que su construcción había costado 100.000 pesos; que la indignación popular no tuvo límites; que la prensa había hablado de “dilapidación, enjuagues y mal manejo de fondos.



1 Recordemos que allí nacía el tercero del Sur.
2 Scenna, Miguel Ángel. Historia porteña del barrio de Constitución.


© Peña de Historia del Sur. Ana di Cesare, Gerónimo Rombolá, Beatriz Clavenna

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Versión para Internet del artículo publicado en junio de 1995

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Boedo

Yo no vengo a hacerme la partida
Pero digo que vengo del Boedo legendario
Julián Centeya



“Mis orígenes están en las cuatro esquinas en cruz de Boedo y Chiclana”

Percibimos como un eco la voz cascada, el fraseo personal, inimitable, mezclado con la calidez de la lunfardía porteña y con la inspiración del poeta que no alardea, sólo enumera lo quimérico de la historia de Boedo.

Desde una geografía humilde, casi campera, de casas bajas y patios con malvones, su gente hizo el camino hacia lo que Boedo significó en el desarrollo cultural de Buenos Aires.

Comienza nombrando como a una amiga a “La Balear”, sociedad de socorros mutuos, fundada a principios de siglo por inmigrantes españoles, cuya arquitectura realza, como telón de fondo, la magia de la cortada San Ignacio que en el cruce con Boedo, prestó su esquina para la arenga y el debate de los políticos de entonces y , también a aquellos predicadores del Ejército de Salvación, que enfundados en grises uniformes, reclamaban con sus himnos, paz y solidaridad.

Allí nomás, cruzando a la acera sudeste estaba el café Biarritz con mesas en la vereda donde una noche confusa mataron a “la Chancha”, apenas un gigoló de arrabal.

El antológico café El Aeroplano, punto de reunión de varios personajes, como Eufemio Pizarro, indultado por Hipólito Irigoyen en el año 1917 del penal de Ushuaia (años después murió asesinado por estas calles), Homero Manzi, Cátulo Castillo perpetuaron su imagen en una milonga.

El café Dante era por aquellos años, como una sucursal de San Lorenzo (1), allí se vivían los después de los partidos, con luces, aplausos y discusiones acaloradas, mientras por la ancha y empedrada calle los tranvías salían chirriando de la estación, para recorrer la piel de Buenos Aires, que crecía sin pausa, acompañada por una galería de escritores, poetas, pintores, escultores, comparables a notables artistas europeos.

Los modestos habitantes del barrio, podían así, leer sorprendidos y maravillados, pagando solo unas monedas, a los librepensadores del mundo, también al talentoso inmigrante judío, que apoyado por la confianza de un editor lleno de sueños, publica “versos de una furcia”, firmado con el seudónimo Clara Beter, generando fantasías, opiniones y hasta cartas de amor.

Desde aquí brotó la chispa que desembocó en la semana trágica, ensangrentando a una Buenos Aires llena de sorpresas.

Acompañaba esa ebullición un nutrido movimiento teatral, por el que pasaba el drama, la comedia, el sainete que llegaba al escenario del Teatro Boedo, enriqueciendo el tiempo libre de los vecinos.

Luego Boedo se fue poblando de peñas y personajes de café, es una “boulevard amplio de aspecto vivido” por el barrio transitan intelectuales, médicos notables, algún malevo, legendarios anarquistas y locos lindos como Francisco Sabelli, al que llamaban “el loco papa”, compañero de militancia de Homero Manzi y protagonista de innumerables anécdotas.

Barrio de inmigrantes nostálgicos, gente luchadora, soñadores, “melenas de novias” y por sobre todo un “lonjeado cielo”.



© Peña de Historia del Sur. Ana di Cesare, Gerónimo Rombolá, Beatriz Clavenna
Versión para Internet
Publicado en agosto de 1994
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Entrevista Radio Ciudad


Este blog publicó un trabajo de la Peña de Historia del Sur referido al flagelo que castigó a la ciudad de Buenos Aires en 1871: la fiebre amarilla.
Su difusión provocó la inmediata asociación con las realidades de nuestro tiempo, en el que los virus preocupan al país y al mundo.
La produción del programa radial "Buenos Aires me atrapa" -Radio Ciudad AM 1110- al leer la página convocó a Ana di Cesare, para una entrevista que salió al aire el domingo 3 de marzo de 2009.
El link, permite escuchar un fragmento de la misma, acerca de esa epidemia y de aspectos de la fundación y propósitos de los que integraron ese grupo de estudios históricos, autor de este espacio.