domingo, 18 de octubre de 2009

Costanera Sur

El destino no quiere un romance

entre Buenos Aires y el río





Hasta hace no muchos años la Costanera Sur era un remedo de playa para los porteños que se cocinaban en los tórridos veranos de la ciudad. Al asomarse al murallón, el agua marón del río más ancho del mundo, tentaba al más valiente. Y, valiente había que ser –o suicida– para introducirse en esa fauna de salmonellas y otras yerbas. Pero no siempre había sido así.


Allá por 1915 se había proyectado un paseo a la vera del río escondido para los habitantes de Buenos Aires. Recién en enero de 1917 comenzaron las obras para concretar el llamado “Parque balneario”.


Para ello se ganaron terrenos al río entre las calles Belgrano y Brasil; se ejecutaron trabajos en una superficie de 60.000m2., y entre las tareas realizadas se efectuó la desviación de la red cloacal; el transporte de 12.000 m3 de tierra; amén de piedras, cascotes y ladrillos para rellenar los terrenos; se colocaron 1500m. de cañerías de riego.


Además se plantaron 800 tipas, 3200 arbustos y se sembraron 56.000 m2 de césped, distribuyéndose motivos florales y obras decorativas. Se construyeron seis canchas de tenis; una de fútbol; 300 casillas para vestuarios, delimitándose las zonas de baños para hombres y para mujeres. Se instalaron quioscos y bares de quienes entre una multitud de solicitantes, habían obtenido la concesión para explotarlos.


La construcción del espigón de 180 m. fue de vanguardia. Como dato curiosos digamos que se utilizaron rieles en desuso para armar la estructura de su plataforma de hormigón. A su terraza parquizada se la iluminó con grandes farolas y se la ornamentó con estatuas. Durante los últimos cuatro meses se trabajó sin interrupción durante día y noche.


Los vecinos de la ciudad de Buenos Aires esperaban ansiosos la inauguración de este balneario. Para ello, el 11 de diciembre de 1918, aunque el cielo cubierto amenazaba lluvia y el calor era sofocante, desde las primeras horas más de 100.000 personas arribaron por la puerta de entrada (Av. Belgrano) y la de salida (Av. Brasil). La cantidad de autos entorpecía el desplazamiento de la gente, pero no impedía la algarabía que aliviaba las molestias.


Aprovechando que la marea era excepcionalmente baja, autos descapotados circulaban por la playa transportando elegantes damas vestidas de blanco. Los que no viajaban en coche, podían hacerlo en tranvía por la prolongación del tramo que se hiciera en la AV. Ingeniero Huergo desde Belgrano a Brasil, que también se inauguró ese día; la condición de peatón no impedía que muchos de ellos, por muy elegantes que estuvieran vestidos, se sacaban los zapatos y, arremangándose los pantalones arremetían contra las olitas que parecían de un mar sereno.


Todo era caminar con entusiasmo: la ciudad progresaba. La totalidad de los sectores sociales se había dado cita en el lugar; mujeres de blanco con sombreros o cofias; los hombres de riguroso negro, tocados con galeras, o con gorras los más jóvenes y, mayoritariamente con ranchos. Se los veía luciendo camisa y corbata, con moñito o con cuello palomita.


Hasta las banderas que engalanaban la obra soportaron la lluvia que cayó de improviso. Desde las 19 horas, en que terminara el acto oficial presidido por el intendente Joaquín Llambías, el público aprovechó para zambullirse en el agua a pesar de estar vencido el horario que para ese fin habían establecido las ordenanzas: de 6 a 11 y de 15 19 horas.


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Pasados tantos años quedan vestigios y algunas maravillas en pie que testimonian la importancia que tuvo para el habitante de Buenos Aires este regalo –casi único en su género- que el municipio diera a los vecinos para el disfrute de su tiempo libre.


Uno de ellos es la “Fuente de las Nereidas” de Lola Mora. Esta obra que la artista concibiera en 1902 como una manera de retribuir al pueblo argentino la beca que se le concediera para perfeccionarse en Europa, fue polémica desde el comienzo.


La pacatería porteña veía en sus desnudos una ofensa al pudor que le negaba el derecho ser colocada en la Plaza de Mayo, que era el emplazamiento que se le había establecido originariamente. Después de muchos cabildeos, entre los que se intentó mandar la fuente a los suburbios, en 903, se la ubicó en las inmediaciones del cruce de J.D. Perón y la Av. Leandro Alem. En 1918 fue trasladada al lugar que actualmente ocupa.


Lola Mora, anciana y demente, los días de lluvia, iba al pie de este conjunto escultórico, para secar las figuras con un pañuelito. Fue su obra preferida.


Otro monumento está en la bajada de Av. Belgrano homenajeando a don Luis Viale. Recordemos que este emprendedor italiano en 1871, naufragó viajando a Montevideo. En posesión de un salvavidas, lo cedió a una mujer embrazada porque lo consideró su deber, sabiendo que le esperaba la muerte.


Hoy su estatua sigue el destino de aquel a quien representa, pues sus bases se hunden en un pantano en el que suelen nadar vistosos patos.(1)


El arquitecto húngaro Andrés Kalnay construyó allí, en 1927 varias edificaciones que sirvieron como confiterías o quioscos. La más conocida de ellas es la “Munich”, obra de admirable estilo, colmada de esculturas, vitrales, cielorrasos decorados, frisos y pérgolas.


Allí solía reunirse “el todo Buenos Aires”, artístico y político. Contó en su época con grandes adelantos técnicos en cuanto a las intalacionesfrigoríficas que fueron las segundas en orden de importancia, luego de las utilizadas para las carnes de exportación. La cámara permitía mantener refrigerados 50.000 litros de cerveza.


Cuando decayó la afluencia de público estuvo a punto de ser demolida por la Municipalidad de Buenos Aires, pero la acción conjunta de la Sociedad Central de Arquitectos, la Asociación Amigos de la Ciudad, familiares y amigos de kalnay y, particularmente ente estos el arquitecto Rodolfo de Liechtenstein, lograron su conservación. Era un verdadero placer sentarse en las terrazas de la Munich para beber cerveza y contemplar, enfrente, el ancho río, cuando estaba cerca. (2)


El que posea un espíritu curioso, si hace una recorrida por la Costanera Sur puede descubrir en algunos ruinosos edificios los restos de esa brillante arquitectura de la que hablamos. Próximo a la fuente de Lola Mora, en una plazoleta central, se halla uno de estos edificios que se nos muestra como abrazado por dos escalinatas, y que, desde su tremendo deterioro se empeña en recordarnos que fue hermoso.(3)


No exageramos cuando decimos que el municipio le regaló a los porteños con este paseo, un verdadero lugar de esparcimiento. Baste recordar que todo divertimento allí tenía su lugar: celebraciones de carnaval, parque de diversiones mecánico, la actuación de cómicos que con los años serían célebres, bailes populares los fines de semana y, en ese río que ya no vemos, se entrenaban nadadores como Abertondo, Sepiurca y viera.


La anécdota nos recuerda que durante muchos años el Servicio Sanitario de la Costanera fue atendido por un ginecólogo, el doctor Alberto Castillo, una famosa figura del tango.


Es para destacar que en la intersección de Av. Costanera y Brasil se encuentra el Museo de Calcos, en el que se exponen permanentemente reproducciones de las mejores esculturas del mundo.


En la actualidad la fisonomía de la antigua Costanera ha cambiado radicalmente cuando los galpones de los viejos “docks” se reciclaron para suntuosos departamentos, oficinas, restaurantes, etc. Todo cinco estrellas, con palmeras y canteras con flores. El tiempo dirá que incidencia tendrán estos sobre un paseo en esencia popular.


Cuando examinamos las fotografías del día de la inauguración en aquel lejano de 1918, nos llama la atención el esfuerzo de la gente por aparecer en las imágenes.

Sabían sin saber… que estaban protagonizando un acontecimiento más que importante en la historia de la ciudad.



(1) Aclaramos que este artículo fue publicado en 1995. Hoy, esta zona está muy cambiada por imperio del avance de las construcciones de Puerto Madero. Ambas esculturas se conservan, ya no hay patos, ni laguna a los pies de Viale, sino sombras de la inmensa torre que, entre las muchas otras construcciones, lesiona el paseo popular.

(2) El río se alejó como consecuencia de la aparición de la Reserva Ecológica de la Costanera Sur, que aunque nos lo robó, es el pulmón más grande de Buenos Aires, por lo cual debe ser defendido en pro de nuestra calidad de vida

(3) Alguno de estos edificios se encuentra, hoy, restaurado, sirviendo a su función originaria, la de bar.



© Peña de Historia del Sur. Ana di Cesare, Gerónimo Rombolá, Beatriz Clavenna


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Publicado en junio de 1995
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